Lobo Estepario

Vagabundosuperstar

Frente a mi estaba él, con dreadlocks naturales incluso en su barba desteñida, conserva aún su mirada dulce y característica ahora enmarcada por la impertinencia del tiempo. Muy poco queda de aquél Jesús de rasgos nórdicos, atlético, que firmaba autógrafos, bendecía ancianas y embarazadas después de cada función de la manoseadísima ópera rock a principios de los 90`.

Parado en una esquina predica su propia religión, cita salmos que el mismo se ha inventado. Grita su visión de Dios mientras los transeúntes pasan acostumbrados a sus vociferaciones. De vez en cuando algún turista maravillado por lo pintoresco del personaje deja su generosidad dentro de un tarro especialmente dispuesto para tal efecto. El sonido de los rebotes metálicos de las monedas en el recipiente anima al histriónico orador facundo a aumentar el volumen de sus palabras y exagerar la crudeza del fin del mundo.

Me quedé un momento observándolo. Primero por adivinar quién es ese rostro familiar, luego simple morbo.

Intempestivamente guardó silencio, cogió del tarro el dinero recaudado. Sin contarlo siquiera lo guardó en una bolsa de género que después metió a uno de sus bolsillos. Se sentó en un peldaño de escalera fuera de un Banco.

Aguardé a que los curiosos oyentes se diluyeran, crucé la calle con mis manos en los bolsillos buscando todo el dinero que traía conmigo. Me reconoció en seguida pero no dijo nada, mas no apartó su vista de mi como sabiendo lo que haría. Tomé una de sus manos y le entregue treinta mil pesos, misma cantidad que hacía tiempo me había ganado interpretando a Judas en nuestra primera función. Cerró el puño, sonrió defraudado, de malas ganas me hizo la señal de la cruz, me besó en la mejilla y me reprochó:

- Eres el peor de mis Judas